El amor más perturbador de Wisconsin: ¿fue Adeline Watkins cómplice o simplemente una mujer enamorada?
En el oscuro universo del crimen, pocas historias combinan amor, miedo y misterio como la de Ed Gein y Adeline Watkins. Con el reciente estreno de Monster: The Ed Gein Story en Netflix, el público volvió a obsesionarse con el llamado “Carnicero de Plainfield”, pero también con la figura de esa mujer que aseguró haberlo amado.
¿Fue una víctima de sus engaños, una cómplice silenciosa o simplemente alguien que vio humanidad donde los demás solo encontraron horror?
La verdad en una de las más icónicas historias de terror, como el propio Gein, sigue siendo un enigma.
Un monstruo que decía amar
Ed Gein nació en 1906, en el corazón rural de Wisconsin. Creció bajo la férrea mirada de su madre, Augusta, una mujer extremadamente religiosa que le enseñó a temer el pecado y a odiar a las mujeres. Esa relación enfermiza lo marcaría para siempre.
Tras la muerte de su madre, su mundo se derrumbó. El hombre que alguna vez pareció inofensivo se convirtió en el protagonista de una de las historias más macabras de la historia criminal estadounidense.
El 16 de noviembre de 1957, la desaparición de Bernice Worden reveló su doble vida: la policía encontró en su granja cuerpos mutilados, muebles hechos con piel humana, cráneos convertidos en tazones y lámparas hechas de huesos. Gein confesó haber matado a dos mujeres y desenterrado cadáveres para “fabricar recuerdos”.
Fue declarado demente y pasó el resto de su vida en hospitales psiquiátricos hasta su muerte, en 1984.
Pero entre las páginas más oscuras de esta historia, hay un nombre que destaca por un motivo distinto: Adeline Watkins.
Adeline Watkins: la mujer que dijo amar a un monstruo
Pocos días después del arresto de Gein, una mujer de 50 años sorprendió a todos con una confesión inesperada. Se llamaba Adeline Watkins, vivía en Plainfield con su madre y aseguró haber mantenido un romance con Ed durante más de veinte años.
En una entrevista concedida al Minneapolis Tribune, describió a Gein como “un hombre dulce, amable, atento”. Contó que compartían tardes de lectura, que iban al cine y que él siempre la trataba con respeto.
Incluso relató un detalle íntimo: Gein le habría pedido matrimonio en 1955, dos años antes de ser arrestado.
“Lo rechacé —dijo—, no porque no lo quisiera, sino porque tenía miedo de no estar a la altura de lo que él esperaba de mí. Lo amaba y lo sigo amando.”
Aquel testimonio conmovió a todo el país. ¿Cómo podía una mujer hablar con tanto cariño de un asesino que confeccionaba máscaras humanas? ¿Era amor o locura?
El giro inesperado: “Nunca fui su novia”
Pocos días después, la misma Adeline pidió hablar con el Plainfield Sun, un periódico local.
Allí se desdijo de todo. Negó haber sido la novia de Gein y afirmó que solo habían compartido unas pocas salidas al cine durante siete meses. “No hubo romance de veinte años”, declaró.
Explicó que nunca había estado en la casa de Ed y que desconocía por completo sus crímenes. Sin embargo, mantuvo una frase que resonó por décadas:
“Eddie era tan amable haciendo lo que yo quería, que a veces sentía que me estaba aprovechando de él.”
Después de aquella entrevista, desapareció del ojo público. No volvió a dar declaraciones, y cuando murió en 1992, su nombre apenas aparecía en los registros locales.
Los archivos policiales jamás la vincularon con los delitos, ni como cómplice ni como encubridora. Según los informes de A&E, no hay evidencia de que supiera nada sobre los actos atroces del asesino.
Amor, fascinación o delirio: ¿qué sintió realmente Adeline?
Lo que hace que la historia de Adeline Watkins siga despertando interés no es tanto su conexión con Ed Gein, sino la fragilidad del amor humano frente a la oscuridad.
En sus palabras, hay una mezcla de ternura, miedo y fascinación. Tal vez vio en Gein a un hombre roto, solitario, distinto del monstruo que luego reveló ser. Tal vez buscaba en él una forma de compañía, un eco de lo que ambos perdieron: la figura materna, la calidez del hogar, la comprensión.
La psicología moderna explica este tipo de atracción como hibristofilia, una tendencia a sentirse atraído por criminales notorios. No obstante, en el caso de Adeline, todo sugiere que más que fascinación, lo que existía era una profunda compasión.
Ella lo describía como “educado”, “respetuoso”, “incapaz de hacer daño”. Quizás se enamoró no del asesino, sino del niño que Gein nunca dejó de ser.
Netflix revive la historia: entre la ficción y la duda
En Monster: The Ed Gein Story, la actriz Suzanna Son interpreta a Adeline Watkins. Su personaje aparece como una mujer atrapada entre la ternura y el horror, entre la ingenuidad y la sospecha.
La serie reabre la vieja pregunta: ¿sabía algo Adeline? ¿Ignoró las señales o eligió no verlas?
Ryan Murphy, creador de la saga, construye a Adeline como una figura ambigua, casi poética: la única capaz de mirar al monstruo y seguir viendo a un ser humano.
Esa visión, por más ficcional que parezca, conecta con algo real: el amor puede ser ciego, incluso ante el mal más absoluto.
El eco de un amor imposible
Hoy, más de sesenta años después, la historia de Ed Gein y Adeline Watkins sigue estremeciendo no solo por lo macabro, sino por lo humano.
Entre huesos y sombras, entre titulares de horror, se esconde una historia de afecto, incomprensión y soledad.
Tal vez Adeline nunca fue su novia, tal vez mintió, o tal vez simplemente intentó entender a quien nadie más podía mirar sin miedo.
Lo cierto es que, como toda gran historia de amor y tragedia, su vínculo con Gein nos recuerda que el corazón, incluso en la oscuridad más profunda, sigue buscando compañía.
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